Ser faros en medio de la tormenta

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Nos toca transitar un momento difícil en el que resulta vital observar qué pasa con nuestras emociones y vínculos. Y es importante recordar que somos nosotros, los adultos, quienes debemos tomar el timón de este barco que navega en medio de una gran tormenta.

Por ello, en la medida en que padres y educadores logremos gestionar nuestras propias emociones, que surgen ante la incertidumbre y el miedo, se va a generar un determinado impacto en niños y jóvenes. En otras palabras, en el futuro, cuando la pandemia forme parte de la historia reciente, ellos no recordarán la lucha de los científicos, la crisis económica o las consecuencias sociales del virus. En cambio, la huella que quedará en los chicos tendrá que ver con aquello que se vivía en su casa mientras duró el confinamiento, con la convivencia con los miembros de su familia, con quiénes y de qué manera compartieron los recursos y las actividades puertas adentro.

En esa aventura titánica, los adultos tenemos una responsabilidad extra, porque debemos revisar y evaluar qué significados vamos a imprimir en nuestros hijos y alumnos respecto de aquello que escapa a nuestro control, que es completamente inesperado y fuera de toda previsión. Deberemos entonces revisar nuestras prácticas cotidianas, los gestos más pequeños, y también evitar las reacciones impulsivas e intentar dar respuestas de las que ellos puedan aprender verdaderamente.

 

Y es en esa tarea, compleja por cierto, que pondremos a prueba nuestra propia resiliencia, es decir, la capacidad propia para reconstruir y para renacer. Hacerlo implica un compromiso enorme, que incluye estar muy atentos a la hora de gestionar las emociones. En función de la manera en que lo hagamos, se definirá el trato de cada día y los acuerdos intrafamiliares, que deberán darle batalla y vencer al mal humor y al nerviosismo.

¿Cómo encarar este reto? Una alternativa para lograr un buen clima en casa tiene que ver con proponer rutinas. En función de las edades de niños y jóvenes, la organización de las distintas actividades que debemos cumplir contribuye a que los chicos se sientan mucho más seguros. Pero esto sólo tendrá un buen resultado si ellos sienten que estamos disponibles para acompañarlos, e implica tanto nuestra presencia física como afectiva, haciendo hincapié en lo vincular.

Creemos que esa es la mejor forma de cuidar y de guiar a nuestros hijos: centrados y orientados hacia todo aquello que aporte. Así podremos permitirles equivocaciones a la hora de cumplir con sus tareas escolares -que serán inevitables, además-, y también celebrar con ellos las ganas de enfrentar las nuevas demandas que el escenario actual les está planteando.

Para terminar, por qué no proponernos como norte la confianza, la posibilidad de construir complicidades familiares, bajando las exigencias que nos generan presión y las resistencias que nos frustran; buscando la flexibilidad y la aceptación. Probemos con la risa y el juego. ¿No salió bien? Volvamos a probar, juntos. ¿Necesitás más tiempo? No hay problema. Creamos en ellos, que una vez más sabrán hacerlo y lo harán bien.

En suma, para nosotros como educadores es muy valioso estar cerca de los jóvenes en este momento y conocer su experiencia que, como ya mencionamos, en gran medida dependerá del lugar que sepamos ocupar como adultos, siendo su guía, su escucha y su apoyo. Sepamos ser faro en medio de la tormenta.

 

 

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